HISTORIA NO OFICIAL DE UNA ABDUCCION
Cabo Valdés: historia no oficial de una abducción Veinticinco años después del encuentro OVNI más famoso y polémico de sudamérica, AÑO/CERO ha viajado hasta la Primera Región de Chile en compañía de uno de sus protagonistas. A pesar del tiempo transcurrido, los detalles de la experiencia sufrida por una patrulla del ejército chileno hace un cuarto de siglo continúan envueltos por un halo de misterio. Este ha sido el resultado de nuestra investigación en el lugar de los hechos...
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Versiones contradictorias
Quizá los medios de comunicación tengan gran responsabilidad en ello, debido a que la mayoría de las noticias y reportajes eran acompañados por fotografías de paisajes desérticos y desolados. Nada más lejos de la realidad. Al bajar de la camioneta, Raúl Salinas recorre el lugar con su mirada y se emociona. El recuerdo de los hechos allí ocurridos afloran en su mente.
En el año 2000, durante una entrevista transmitida por el Canal UCV de Valparaíso, el escritor e investigador español Juan José Benítez señaló que había testigos civiles de la experiencia vivida por la patrulla del Cabo Valdés. «Es una familia de Aimaras que vivía a muy corta distancia» dijo.
Con la intención de corroborar esta información, recorrimos el lugar en busca de dichos testigos. Así encontramos a Miguel Huanca Limarí. Él y su familia viven a menos de 800 metros de las caballerizas. «Nosotros ese día dormimos en Putre, y no vimos nada. Pero al día siguiente supimos lo que había pasado con el cabo Valdés», comentó. Descartado este testigo, sólo había un segundo personaje que pudiera facilitarnos información: Venancio Luque, que hoy tiene 80 años y que vivía en aquella zona. Aunque no pudimos hablar con él debido al delicado estado de salud en que se encuentra, su nuera –quien también estaba esa noche en la casa– nos aseguró que nadie vio nada anormal. «Nosotros estábamos en la pampa, pero no vimos el OVNI», nos señaló. Uno de los hechos que más discusiones ha provocado es si la patrulla iba armada cuando sucedieron los hechos. Salinas es tajante al afirmar que esa noche no llevaban armas. Sin embargo, en una entrevista realizada por el noticiero Meganoticias, el hoy ex suboficial Armando Valdés afirmó que sus hombres sí iban armados. «Nosotros, como soldados, estamos preparados para enfrentarnos a cualquier cosa. El ejército entrena a los hombres para que afronten diversas situaciones. Les describe objetivos que conocen y con los que se tienen que enfrentar. Pero esa noche estábamos ante un objeto que era totalmente desconocido para nosotros, y que nos infundía miedo. Obviamente, por alguna razón olvidamos que eramos soldados y que teníamos armamento, y no hicimos nada», aseguró Valdés.
Por su parte, mientras recorríamos el lugar de los hechos, Salinas nos aseguró una vez más que aquella noche no iban armados. «Ese día nosotros no llevábamos armas. Valdés tenía miedo de que alguno de los hombres se autolesionara. Cabe la posibilidad de que Valdés tuviera algún arma, pero si fue así, nosotros no sabíamos nada», asegura.
El suceso protagonizado por Valdés y su patrulla no es el único misterioso que se ha recogido en la región. El 3 de enero del año 1977, tres meses antes que ocurriera el famoso incidente de la patrulla militar, el diario La Estrella de Arica recogía en su portada el siguiente titular: ‘OVNIs sobre los cielos de Putre’. El reportaje mostraba una serie de fotografías captadas sobre la localidad de Chucuyo por reporteros del propio periódico. «Desde el punto en que se realizó la observación, el OVNI presentaba un continuo cambio de colores, pasando del azul intenso al amarillo, luego a verde y finalmente a un blanco brillante», señalaba la información. Revisando los diarios de la época pueden encontrarse relatos de muchas personas que aseguran haber visto extraños fenómenos luminosos sobre los cielos de la zona.
Otro caso, aún más sorprendente, tuvo lugar en junio de 1974. En aquellas fechas, un niño boliviano llamado Lucio Quevedo Lazarte, estudiaba en la pequeña Escuela de Putre, donde permanecía interno. El chico era un buen estudiante, y entre sus responsabilidades estaba la de cuidar del televisor de la escuela. El 27 de junio, Lucio se acostó muy temprano, como era su costumbre. A las tres de la madrugada le despertó un ruido que venía desde la sala del televisor. Se levantó y fue hasta allí, y encontró a un «hombre» de pelo muy corto y blanco. Iba vestido con un traje negro, brillante y que terminaba en un cuello cerrado. En el brazo tenía un brazalete y sus manos estaban enfundadas en guantes. Además, llevaba un extraño cinturón metálico con rombos y esferas. El muchacho, pensando que aquel hombre venía a robar, le pidió que no se llevara las cortinas que cubrían las ventanas. El ser le respondió: «te puedo cambiar esto que tu llamas cortina por algo de más valor». El pequeño le contestó que llamaría al profesor. En ese momento el ser sacó del cinturón uno de los rombos y lo levantó frente a Lucio, y el niño perdió el conocimiento. Cuando salió de esta especie de trance, el hombre se había ido. Lucio se fue a la cama y se tapó completamente, aunque no pudo dormir por el miedo que le causó el encuentro.
Un grito en la noche
Al día siguiente el joven amaneció sobre su cama, rígido y pálido. Fue atendido por un practicante del cuerpo de Carabineros quien señaló que se podía tratar de una gripe muy virulenta. Al mediodía Lucio abrió sus ojos y volvió a la normalidad. A las 15 horas, el joven se levantó, y se subió a una de las literas del dormitorio, para a continuación lanzarse por la ventana. Su hermano Julio vio aquello y salió corriendo para socorrer a su hermano. Para su sorpresa no lo encontró. Ni siquiera sus huellas. Lo buscaron durante toda la tarde; incluso llamaron a los carabineros, que peinaron la zona. A las nueve de la noche se escuchó un grito: «Aquí está». Todos corrieron al lugar y encontraron al alumno Donato Pérez, tendido de espaldas y a Lucio tirado boca abajo.
Donato señaló que lo vio acompañado de dos hombres, que al verle lo soltaron y cayó al suelo. La ropa de Lucio estaba sucia. y sus zapatos manchados con una arcilla gris propia de los terrenos volcánicos.Durante un examen médico, se descubrió que las yemas de sus dedos presentaban heridas provocadas por un instrumento triangular. El día 29 de junio, el pequeño Lucio Quevedo pudo relatar todo lo que había sucedido. Según su testimonio, cuando iba cayendo por la ventana, antes de tocar el suelo, dos seres bajitos lo cogieron y lo llevaron «volando» hasta el volcán Taapaca.
Al pisar el suelo en aquel lugar, sus pies quedaron marcados en el terreno. Allí habría estado en el interior de una nave y aseguró haber visto unos extraños seres. Después, estos mismos personajes lo llevaron de vuelta, y es entonces cuando se produce el encuentro con su compañero Donato. Para confirmar su historia, se realizó una expedición al Volcán. En el lugar señalado encontraron sus huellas y dos agujeros de 30 centímetros. Por nuestra parte, pudimos conversar en Arica con la señora Hermelinda Nina Vilca, antigua compañera de colegio de Lucio Quevedo, quien nos confirmó todo lo que habíamos oído sobre aquel sorprendente suceso.
Pedimos a Salinas que nos relatara de nuevo los detalles de lo ocurrido la noche del encuentro con el OVNI. «Teníamos una fogata para protegernos del frío y que nos diera algo de iluminación. Además, nos servía de punto de referencia. La noche era muy oscura. Usábamos unas mantas de campaña, que eran muy gruesas y nos protegían bastante». En esa zona, muy dura climatológicamente, llegaban a registrarse temperaturas de varios grados bajo cero, por lo que se hacía indispensable disponer de una fogata para evitar que los cuerpos se congelaran. «Los primeros en hacer la guardia fuimos Robles y yo. La idea era realizar el primer turno y poder dormir más tarde. Valdés y los demás estaban cerca de la fogata, y podíamos escuchar como cantaban y se reían. Estábamos sentados sobre unas piedras, a unos 50 metros del resto del grupo. Cuando faltaba una media hora para que terminase nuestro turno,Valdés nos llamó para comprobar que no estábamos durmiendo. Luego fuimos a tomar un café con nuestros compañeros», recuerda Salinas.